lunes, 16 de julio de 2007

Nota Revista VIVA (Parte 1)

Sus comienzos
Tenía seis meses cuando sus padres jugaban a pasárselo como una pelota en la pileta de sus abuelos en Morteros – un pueblito del noroeste de Córdoba limítrofe con Santa Fe – y cada tanto lo sumergían para ver cómo reaccionaba. En un parpadeo, el bebé pasaba del estupor por la falta de aire a un ataque de risa desenfrenado no bien salía a flote. Se divertía como loco; estaba como pez... estaba en la suya. Andaría por los 70 centímetros José Meolans cuando se encontró con su primer elemento.
A pesar de esos precoces arrumacos, el romance formal esperó hasta los cinco años. La compra de una casa de fin de semana en Carlos Paz, justo a orillas del río San Antonio, le dio a mamá Meolans la coartada perfecta para familiarizar a Pepe y a su hermana Laura con el arte de dominar al agua. “Cuando vienen las crecientes desde las Altas Cumbres el río puede ser muy peligroso – recuerda mamá Isabel, licenciada en psicología -, así que le dije a mi marido que si no podíamos evitar que les pasara algo por accidente, sí podíamos cubrirnos de cualquier negligencia. Lo mismo pasaba en Morteros, un pueblo limítrofe con Santa Fe donde vivían mis padres y los chicos pasaban el verano. Había una pileta grande y no nos animábamos a dejarlo solo por miedo a que se ahogara. Me acuerdo que hasta pensábamos en atarlo a la orilla por las dudas.” Fue así que decidieron mandarlo a aprender a nadar un verano en Morteros. “Le pedimos a Jorge Tosolini, un chico que acababa de recibirse de profe de educación física, que le enseñara. Lo hizo y no sólo eso, vislumbró enseguida un futuro”. Unas semanas después corrió la primera carrera de su vida en la pileta del Tiro Federal. “Me dijeron que lo inscribiera porque tenía condiciones”, cuenta la mamá. “Yo pensé, ‘el enano se me ahoga’ y le di permiso, pero le aconsejé que si no llegaba a la otra punta que flotara”. Papá Raúl evoca un más que perdonable blooper en la largada: “Se tiró y empezó nadando pecho por error, dando ventaja contra los otros que nadaban crawl, pero enseguida lo corrigió y braceando a lo loco terminó primero”. Mamá lo esperaba con el postre: “Salió muerto del agua. Me acuerdo que corrí a envolverlo con una toalla y, no sé muy bien por qué, ya que el deporte nunca me interesó, me salió decirle: ‘¡Bien Josito, hasta las Olimpíadas no paramos!’ Andá a saber la fuerza que habrá tenido ese mensaje a nivel subconsciente que mirá lo que pasó después”.
Pronto el miedo por las crecientes del río San Antonio se transformó en el show de las crecientes. Para ese entonces, José tenía ya 10 años. Y se paraba en la orilla del río a ver las aguas bajar turbias desde las sierras. Y esos vecinos, ¿qué hacían mirando al río como hipnotizados? Conocían al flaquito rubio de pelo lacio y sabían que si había creciente habría función. El pibe dejaba pasar la basura y los troncos más peligrosos y se tiraba braceando fuerte contra la corriente para completar el cruce olímpicamente. Para ganarle al río no sólo hay que tener coraje y aire, además hay que conocerlo, básicamente para saber dónde están las piedras. José lo tenía estudiado tan al detalle que se tiraba con los ojos cerrados. Un día la corriente fue tan densa que le movió una piedra de lugar y José se tiró de cabeza al hospital. Una cicatriz en los labios todavía lo atestigua.



Fuente: Revista Viva (6 de agosto de 2000)

1 comentario:

Cristian Corbalan dijo...

hola lu, como estas?? espero que bien, che para cuando la parte dos de la nota, jeje, es broma!!!
bueno feliz dia del amigo atrasado...besos